sábado, 15 de noviembre de 2008

Las cosas que no vio

Nunca supo distinguir entre la brújula y el reloj. Los libros siempre fueron enigmas, tanto más tentadores cuando más indescifrables. Jamás entró a chozas o palacios, entre otras cosas porque no encontró el modo, o quizás porque también las puertas fueron enigmas como los puentes o los libros. Vivió (creyó vivir) en una cuidad inexistente, una ciudad vacía, sin epopeyas ni futuro. Incapaz de elegir un rumbo, los caminos se le confundían con las ruinas de los sueños, y con las extrañas edificaciones de los recuerdos que no fueron en verdad recuerdos. Anduvo, es cierto, hasta el cansancio, mas cuando le preguntaban Dónde estás miraba a la tierra y ni siquiera se encogía de hombros.

A nadie conoció. Se distrajo tanto con el color de los ojos, la forma de los labios, la suavidad o rudeza de los brazos, que olvidó nombres, fechas, citas, conmemoraciones. Oscura, intuitivamente, el cuerpo fue para él más importante que el alma, y de haber podido habría explicado que de todas las bellezas prefería la palpable, la cercana y perecedera.

Si alguien, si algún generoso le tendió la mano, escogió sin darse cuenta la delicadeza de los dedos, el noble trazo del dibujo, y no tocó la mano.

No deseó la muerte ni aun cuando soñaba con la serenidad, y cuando la vio llegar no pudo reconocerla, y cerró los ojos casi por fatiga o por azar, como si los ojos le ardieran de fijarse en las cosas que no vio, que no pudo ver.

Manual de Tentaciones, Abilio Estévez

3 comentarios:

Anónimo dijo...

que bonito Gi

besos
fachu

Gustavo Camacho dijo...

No me ha quedado claro si logró amar. Aunque si logró ignorar lo tanto que ha ignorado, de seguro que lo hizo, que lo supo y lo calló.
La muerte que se ignora es a la vez la mejor de las muertes porque sucede sin vértigos ni extorsiones.
No he conocido a su personaje, pero créame que lo he envidiado.
La vida sin definiciones cohartantes de seguro es mejor en sensaciones que la vida con definiciones de academia.
La saludo.

Gisella dijo...

Me permito disentir con usted por un ratito.

Probablemente este hombre haya conocido el amor.
Pero, por miedo a asirlo verdaderamente, es muy probable que se haya escurrido entre sus dedos, demasiado ávidos de más, siempre algo más.

Otro saludo.