Te viniste destemplado, como el invierno.
Nos llovió todo.
Pareció que la vida cambiaba un poco.
Las cosas fueron otra vez las cosas.
Viniste caminando negro.
Tu figura emblemática recortada en el horizonte.
Un mito mágico y poderoso.
Tus pestañas azules girando detrás del viento y el café, chiquito, escurriéndose entre tus manos blancuzcas conocidas.
Aquéllas manos.
Caminabas aciago, algo aplacado por la inevitabilidad del regreso.
Esta es tu casa. Es de verdad tu casa.
Ahora sí, retornemos, tomemos lo que es nuestro (¿alguna vez algo fue nuestro?).
Es noche y es lluvia que crece como tu pelo.
Hoy nos llueve porque viniste a verme.
Llamás a mi puerta y entrás.
Como la noche del desconsuelo, del abrazo desvelado.
Noche ardiendo oscura en tu regazo tierno.
Sin saber cómo ni porqué pero viva.
Viva con vos.
Te olvidaste de mis demonios y tus mañas.
Pero quedó el regusto de tus sienes y la comisura de tu boca, tus piernas humeantes y el color de tus ojos cuando me miran.
Tu olor cálido de infante tu olor de ropa limpia que me invade mientras tomo el café.
Te vas pero hoy, entre la lluvia, armamos un espacio. Vos más yo.
Y mientras te lloraban los ojos y los míos casi se derretían, creció algo.
Creció historia.
Detrás de tu desconcertada huida, tu desarraigo y tu soledad.
Entre mis malestares, la furia y la esperanza agazapada que quiere zarpar con vos.
Alrededor nuestro la vida que sigue.
Las excusas, los comentarios sensibleros, una maldita nostalgia gris que se apodera del silencio.
Cuándo voy a volverte a ver.
De lejos, en tu otra casa. Donde todavía no estás.
Repetís incesante una duda mientras todo vos se aleja.
Y me quedo con tu risa aguda que me calienta la espalda y el deseo.
Un poco más allá de vos.
Gracias. Por venir.
Pedro Páramo
Hace 8 años.