Hablar sin
hablar.
Hablar de a
señas, de a pedazos.
A los
golpes, a las apuradas, corriendo entre la gente.
Hablar
cortito, rápido, poco.
Hablar
porque sí, porque sino qué.
Hablar con
las fotos, con las manos, con fideos fríos
que se
desgarran breves al crujir de dientes ávidos.
Hablar
temerosos, dispersos.
Como si ese
tiempo fuera eterno.
Como si una
tarde se pareciera a una vida.
Como si
ayer no hubiera pasado nada
y mañana
todavía fuera nuestro.
Hablar por
los codos, a los cuatro vientos.
Insignificantes
frente al mundo.
Ese mundo
de playas, de aventuras, de sillones y gatos, y alfombras, criaturas.
Ese mundo
que nos ve desde afuera.
Desde
atrás.
Hablar sin
palabras.
Hablar sin
mirar.
Hablar para
hacer ruido.
Para creer
que así se sella algo, se sostiene algo, se planta bandera.
Hablar nada
más.
Sin
esperar.
Sin
entender. Sin sentir.
Hablar
sin decir
nada.